Del Mandubracius del De Bello Gallico de C. Julio César al Endriago del Amadís de Gaula (11 parte)

En la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer La ajorca de oro se cuenta que Pedro Alfonso Orellana, incitado por su novia, roba a la Virgen del altar mayor de la catedral de Toledo una ajorca de oro. Lo hace a pesar de sus propias convicciones religiosas, o supersticiosas, y del irresistible terror que l...

Descripción completa

Guardado en:
Detalles Bibliográficos
Autor principal: Suárez Pallasá, Aquilino
Formato: Artículo
Lenguaje:Español
Publicado: Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de estudios grecolatinos "Prof. F. Nóvoa" 2021
Materias:
Acceso en línea:https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/12183
Aporte de:
Descripción
Sumario:En la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer La ajorca de oro se cuenta que Pedro Alfonso Orellana, incitado por su novia, roba a la Virgen del altar mayor de la catedral de Toledo una ajorca de oro. Lo hace a pesar de sus propias convicciones religiosas, o supersticiosas, y del irresistible terror que lo embarga por el sacrilegio que está cometiendo. Al cabo, consumado el acto: "Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas~ los demonios de las comisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños."]. En la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer La ajorca de oro se cuenta que Pedro Alfonso Orellana, incitado por su novia, roba a la Virgen del altar mayor de la catedral de Toledo una ajorca de oro. Lo hace a pesar de sus propias convicciones religiosas, o supersticiosas, y del irresistible terror que lo embarga por el sacrilegio que está cometiendo. Al cabo, consumado el acto: "Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las comisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños."]. Los endriagos de los capiteles que menciona el poeta son el resultado de una larga tradición literaria y lingüística y de una evolución igualmente prolongada de formas, en la cual es punto insigne el Quijote. En efecto, Miguel de Cervantes se refiere a ellos en una ocasión en que don Quijote repasa ante Sancho Panza los modelos de los caballeros andantes, Ulises y Eneas, entre los antiguos, pero Amadís de Gaula entre los modernos…