Vida del espíritu : IV la persona y Dios

La dimensión divina del hombre: El hombre es persona: por su inteligencia que lo abre al ser inmanente y trascendente y, en definitiva, al Ser infinito de Dios, como Verdad en sí, y por su voluntad, que lo ordena también a ese Ser infinito de Dios, como Bondad en sí. Por su inteligencia el- hom...

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Detalles Bibliográficos
Autor principal: Derisi, Octavio Nicolás
Formato: Artículo
Lenguaje:Español
Publicado: Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Filosofía y Letras 2022
Materias:
Acceso en línea:https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/14318
Aporte de:
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description La dimensión divina del hombre: El hombre es persona: por su inteligencia que lo abre al ser inmanente y trascendente y, en definitiva, al Ser infinito de Dios, como Verdad en sí, y por su voluntad, que lo ordena también a ese Ser infinito de Dios, como Bondad en sí. Por su inteligencia el- hombre está hecho para La verdad, no para esta o aquella verdad, sino para la Verdad sin límites, infinita. Por eso el iritelecto siempre busca la verdad, pero nunca está contento con la verdad lograda. De lo más íntimo de la inteligencia brcita siempre de nuevo el anhelo de verdad, que ninguna verdad finita puede-saciar. Esta. es la razón por la que el sabio continúa sin descanso en la búsqueda de la verdad; y los resultados logrados nunca acaban de satisfacerlo. La verdad sin límites es la meta. que atrae la iaideligencia del hombre, que la mueve sin descanso a buscarla en todas sus participaciones limitadas, pero cuya consecución nunca consigue satisfacerla. Del mismo modo, la voluntad busca el bien y, por eso, nunca cesa en su prosecución: está esencialmente ordenada a él como a su objeto formal especificante. Por eso, cualquier bien la atrae, pero ningún bien finito consigue saciarla. La meta del bien infinito la atrae sin cesar y, por eso, no cesa en su búsqueda del bien; tras la posesión de cualquier bien finito, vuelvé:d. brotar, desde lo más íntimo de su ser, su ansia de bien; y comienza de nuevo su incesante prosecución del mismo. De ahí que el hombre nunca esté contento con el bien alcanzado: ni • con el dinero o los bienes materiales, ni con los placeres, ni con la gloria o el poder, por grandes que sean. Paradojalmente tampoco el santo, que sí se ordena al. Bien infinito, está plenamente contento en este mundo, en que no logra la posesión perfecta de Dios...
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