Ningún cuarto vacío

En esa época, poco antes de que la abuela muriera, empecé a soñar. Se me había formado un nuevo hábito, el de tomar siestas en el jardín, y yo que no tenía la costumbre de soñar, en esas siestas, soñaba. Recuerdo con mucha claridad la ocasión de esa primera vez, fue un domingo. Camila estaba asisti...

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Detalles Bibliográficos
Autor principal: Mercedes Turquet
Formato: Artículo
Lenguaje:Español
Publicado: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Ciencias de la Comunicación 2022
Materias:
Acceso en línea:https://revistazigurat.com.ar/ningun-cuarto-vacio/
https://repositoriouba.sisbi.uba.ar/gsdl/cgi-bin/library.cgi?a=d&c=zigurat&d=24_html
Aporte de:
Descripción
Sumario:En esa época, poco antes de que la abuela muriera, empecé a soñar. Se me había formado un nuevo hábito, el de tomar siestas en el jardín, y yo que no tenía la costumbre de soñar, en esas siestas, soñaba. Recuerdo con mucha claridad la ocasión de esa primera vez, fue un domingo. Camila estaba asistiendo a la abuela en su cuarto, yo salí a podar los rosales, que eran pocos y no me llevaban mucho tiempo. Cuando terminé, agrupé las ramas en un rincón para dejarlas secar, me saqué los guantes y sentí sed y hambre y cansancio y la necesidad urgente de caminar descalzo por el jardín. Dejé las zapatillas al lado de la pila de ramas y hundí los pies en el pasto. Pensé en el desperdicio de tener un jardincito como ese y andar siempre calzado, en lo poco que sabía de las plantas que la abuela cultivaba ahí, en que había aromas sin nombre para mí. En una esquina del jardín, contra la ventanita de nuestro baño de la casa en el quincho, ya crecía robusta una higuera. De alguna manera el sol se las arreglaba para pasar entre el enramado de la copa de ese árbol que empezaba a dar sus primeros frutos. El rincón estaba tibio y algo más me atrajo de ese enigma de planta cenicienta pero vigorosa, porque no pude evitar echarme a sus pies y, enseguida, quedarme dormido.